La hiperconexión digital no debería medirse por las veces que uno mira el teléfono, sino por las veces que no lo mira. De esta manera, el recuento sería más fácil para todos. Y no considero esta una premisa exagerada, sino la pura realidad.
Y es que en pleno siglo XXI y tras más de una década entre aparatos móviles inteligentes, redes sociales y aplicaciones de todo tipo, ya podemos reconocer que nuestra vida sucede en la palma de nuestra mano. “¡A buenas horas lo veis!”, pensarán con ironía las personas que practican la quiromancia.
Una vez aceptada la realidad, tras negar la mayor años y años, ya podemos abordar el problema como se merece. Y se merece mucho, porque es de gran magnitud. ¿No estaré siendo un poco amarillista? No, para nada.
La adicción que tenemos por lo digital ha sobrepasado los límites de nuestra vida, ya que hemos empezado a abandonar la cercana calidez de siempre y la hemos substituido por la del frío clic de ahora.
¿Que qué supone esto? Un sinfín de cosas: alienación vital, mayor individualidad, alejarse de lo natural, comunicación deteriorada, problemas orgánicos por exposición a pantallas luminosas, impactos constantes para el cerebro, pérdida de atención y, sobre todo, un nuevo vicio donde canalizar problemas psicológicos de fondo. Con todo, hemos creado un estado digital que se ha apoderado de nosotros. Un estado que marca los ritmos, consiguiendo incluso sobreponerse a los ritmos circadianos naturales.
Para aprovechar lo mejor del ámbito digital, hace falta dar unos pasos al lado y salir del bucle inconsciente de hiperconexión permanente
Quizá todo esto que relato te suene apocalíptico y estés pensando que al final del artículo te invitaré a volver a las cavernas y a no tocar un móvil nunca más, pero no, no es así. Porque la realidad también es que esta tecnología nos ha traído muchas cosas buenas y que puede mejorar nuestro día a día, e incluso las relaciones humanas. Pero claro, para aprovechar lo mejor de lo digital, hace falta dar unos pasos al lado y salir del bucle inconsciente de hiperconexión permanente.
Entonces, ¿cómo conseguir ese equilibrio tan anhelado por el ser humano desde, por lo menos, tiempos de Aristóteles? Pues realmente, yo no tengo la respuesta ideal, ni mis consejos deben ser el libro de cabecera de nadie. Pero si crees que tu vida puede mejorar alejándote un poco de lo digital, te animo a leer y, por qué no, llevar a la práctica estos hábitos que a mí me están sirviendo. Y lo digo en presente porque sigo en ello y seguiré. Ahí van:
- Lo primero que debes hacer al despertarte es ir a ver el sol y lo último antes de dormir escuchar música o leer algo en papel, o bien observar la luna, claro.
- Cuando comas o cenes, sea con gente o solo, habla con ellos, saborea la comida o mira el techo de tu casa.
- En tus horas muertas, coge un libro, escribe, dibuja, piensa en cosas bellas, respira, haz crucigramas, practica deporte o ves a pasear.
- Cuando tengas que contarle algo a alguien, espera a verle en persona.
- Si vas a pasar el día fuera un domingo, por ejemplo, guarda en una mochila todos tus accesorios.
- Enseña las fotos de tu viaje en directo, no por redes.
- Levanta tu rostro y contempla los edificios de tu ciudad, la cara de la gente, las tienda, etc.
Ha llegado el momento de dar sentido a los consejos de desconexión digital
Curioso, ¿verdad? Si te fijas, no te he ofrecido ni un consejo en el que directamente te invito a apagar el teléfono o a no mirarlo, aunque en el fondo todos llevan ese consejo. Lo que he hecho es ponerte delante todo lo que te pierdes si sigues mirando la palma de tu mano y no levantas la cabeza para redescubrir que hay una vida maravillosa delante de ti. Simplemente, se trata de ser consciente de la inconsciencia y volver a valorar lo de siempre. Ha llegado el momento de dar un sentido a todos esos consejos de desconexión digital, vislumbrando todo lo que ganamos conectando con lo natural.
Porque empiezo a pensar que, quizás, más que nomofobia (miedo a no tener el móvil), lo que realmente tenemos es vidafobia. Eso es, miedo a la vida; por eso nos escudamos, cual vía de escape, en un aparato que a priori nos hace la vida más fácil, pero que a la larga la hace mucho más vacía.
Te invito a darle la vuelta a la solución y a encontrarla en todo lo que nos ofrece la existencia, en vez de prohibir el uso del teléfono sin sentido alguno. Solo así conseguiremos disfrutar de lo digital y, ante todo, de lo vital como nos conviene.