La expresión proviene de la célebre novela “1984” de George Orwell. En esta obra, el gobierno totalitario inventa un idioma que consiste en una reducción de la vieja lengua (el inglés que se hablaba con anterioridad a la instauración del partido), para eliminar todas las palabras que puedan ayudar a los ciudadanos a pensar de forma libre e independiente.
Esta ficticia forma de usar y manipular el lenguaje es más real de lo que parece. En pleno siglo XXI las neolenguas están a la orden del día. En un mundo con dos guerras en activo, la de Ucrania y la de la franja de Gaza, con una alta incertidumbre económica y política tanto en el viejo continente como en EEUU o Latinoamérica, el lenguaje sigue siendo utilizado como herramienta para apuntalar ideologías, conservar el poder o manipular a las masas.
De este modo, se habla de conflicto cuando estamos ante una guerra, de reestructuración cuando se anuncian despidos, de daños colaterales cuando hay víctimas civiles o de ajustes cuando se dan recortes. Incluso la misma palabra, neolengua, está en disputa. Algunos ven una neolengua en la evolución lingüística de quienes buscan ganar derechos y libertades. Otros ven una neolengua en el uso de anglicismos tecnológicos que se imponen a expresiones naturales de otro idioma. Y hay quién ve neolenguas en la propia libertad de elegir las palabras.
El lenguaje es un terreno en disputa y va a seguir siéndolo. Es inherente a la condición humana. Pero para erigirnos como una ciudadanía informada, consciente y libre, es importante llamar a las cosas por su nombre. Hacerlo no es tan fácil como parece.
Para no contaminarnos por la neolengua ni asumir su marco lingüístico, desde los equipos de comunicación, es importante:
- Conocer el lenguaje.
Tener un amplio conocimiento del diccionario es la manera más sencilla de tener precisión. Esto se consigue tanto escribiendo como leyendo. De forma activa y de forma pasiva. - Conocer la realidad de grupos aludidos.
Para hablar correctamente de situaciones, comunidades y hechos, siempre que sea posible, es preciso conocer qué opinan y sienten las personas o comunidades relacionadas con el lenguaje. Una vez comprobado este aspecto, es necesario tomar distancia para encontrar la objetividad en el uso de cada palabra. - Ayudarse de la ciencia.
Si tenemos una herramienta incontestable y esencialmente objetiva, esa es la ciencia, que mide las cosas como son. Por ello, apoyarnos en lo científico y en lo demostrable para recrear el lenguaje es una buena decisión. - Evitar imprecisiones y reduccionismos.
El lenguaje, en comunicación, debe ser sencillo, accesible y entendible, pero no perezoso. No es conveniente usar cualquier término, aunque sea el primero que nos venga a la cabeza. Es importante releer y pensar la concreción de las palabras empleadas. - Conservar la independencia.
Las personas hablan mejor si conservan la libertad en el uso del lenguaje. Escribas de lo que escribas, mantener ese espacio privado es esencial para la creatividad y calidad de los textos. Las ideas se transmiten mejor si fluyen libremente. - Exigir la verdad como motor esencial del lenguaje.
La ciudadanía debe ser crítica con dirigentes y personalidades con poder cuyo uso del lenguaje tiene repercusión social. Y advertirles, si es necesario, de la imprecisión en los términos. El lenguaje debe basarse en la verdad, y esa verdad es un bien social que debemos proteger entre todas las personas.
¿Y tú, cómo evitarías la influencia de la neolengua?