La digitalización ha cambiado nuestras vidas. Esta alusión de Perogrullo, que todos hemos oído alguna que otra vez, no es, a día de hoy, sino una afirmación inexacta. Para ser precisos, deberíamos utilizar el pretérito perfecto simple: la digitalización cambió nuestras vidas.
Y es que hace ya más de una década que Internet y, especialmente las redes sociales, forman parte de nuestro devenir cotidiano. Llegaron para quedarse y ahora son una parte ineludible de la sociedad tal y como la concebimos.
Si hacemos el ejercicio de abstraernos por un segundo de la vorágine del día a día y echamos la vista atrás, cuesta acordarse de cómo era la vida antes de la digitalización y, sobre todo, cuesta imaginarse cómo sería sin ella.
En estos días en que debemos permanecer confinados en nuestros hogares para ayudar a frenar la implacable expansión del coronavirus de Wuhan, las nuevas tecnologías son uno de nuestros mejores aliados. Nos mantienen informados, nos permiten comunicarnos, nos entretienen e incluso nos dejan proyectar nuestro talento y nuestra creatividad.
Desde que se generó la epidemia y la consiguiente declaración de estado de alarma por parte de las autoridades, pasamos las horas al amparo de nuestros hogares, convencidos de que es lo mejor que podemos hacer por nosotros y por el conjunto de los ciudadanos, mirando de vez en cuando por la ventana con la esperanza de que amaine el temporal.
Muchos se han quedado confinados lejos de sus familias y las previsiones indican que estarán varias semanas sin verlas. Mucho peor es para quienes tienen algún familiar hospitalizado y en total aislamiento. A la incertidumbre del estado de salud de sus seres queridos, se suma el no poder estar cerca de ellos. Pero, a falta del roce y el tan necesario contacto familiar en estos momentos, las videollamadas les acercan al calor de los suyos.
La red nos ofrece innumerables posibilidades de entretenimiento. Infinitas listas de reproducción musical, contenido audiovisual para todos los gustos, videojuegos… A algunos, incluso, les permite trabajar desde el salón de su casa sin siquiera limpiarse las legañas y, de paso, ayudar a que la economía del país siga, aunque bajo mínimos, a flote.
Un sentimiento de voluntariado impulsado por la solidaridad
La lucha contra el coronavirus no solo se bate ahí fuera, también se libra en las redes. Sanitarios que comparten consejos de salud, medios de comunicación que difunden información de expertos a través de las plataformas digitales para llegar al máximo número de ciudadanos posible, famosos que promueven el #QuédateEnCasa, campañas lanzadas por el gobierno para fomentar los hábitos de higiene y el confinamiento…
Y es que, como aseguró recientemente el presidente del gobierno, Pedro Sánchez, estamos en guerra. Y en toda guerra, uno de los intangibles de más valor es la moral de las tropas. Las noticias que nos llegan de ahí afuera son desalentadoras. Pasan los días y la situación no mejora.
Pero el pueblo resiste. Se organiza a través de la red y cada día a las ocho de la noche sale a los balcones de todo el país para dedicar un merecido aplauso al personal sanitario. Decenas, centenares de profesionales utilizan las plataformas digitales para ofrecer sus servicios de manera gratuita a la población que permanece confinada en sus casas.
Médicos retirados o psicólogos en activo que comparten su sabiduría y se ofrecen a pasar consulta telemáticamente ante la saturación de nuestro sistema sanitario; profesores de yoga y entrenadores personales que ofrecen sus clases para que el confinamiento no oxide nuestras articulaciones; músicos de relumbrón que dan conciertos en streaming para amenizar las largas horas de encierro; operadores de televisión que ofrecen contenidos gratuitos en un gesto sin apenas precedentes; cómicos famosos y otros anónimos que derrochan y comparten su ingenio en las redes para que no decaiga nuestro estado de ánimo; twitteros que diseñan hilos a modo de thriller y mantienen en vilo a buena parte de sus seguidores; voluntarios que se ofrecen a hacer la compra a aquellos vecinos más vulnerables de su comunidad, escritores que ofrecen microrrelatos… Todos ellos expresan su generosidad a través de las redes y están haciendo del confinamiento una experiencia mucho más agradable.
El ser humano, con su inherente condición de sobreponerse y sacar lo mejor de sí ante las adversidades, es extraordinario. En estos días, cuando más lo necesitamos, la solidaridad, el compañerismo, el altruismo y la generosidad están aflorando para mantenernos unidos y no permitir que nos hundamos. Y la digitalización y las redes sociales nos están ayudando a conseguirlo.