Hace un tiempo tomé el hábito de apagar el teléfono móvil antes de cenar. Desde entonces, leo cada noche antes de dormir -siempre que no me derrote el cansancio- y según termino un libro comienzo otro.
He leído libros que hay en las estanterías de casa a los que nunca había prestado atención y que me encantaron como los de Fernando Vizcaíno Casas o algunos de Alberto Vázquez Figueroa y Vicente Blasco Ibáñez. También me he sumergido en biografías como las de Alejandro Magno, Abraham Lincoln, Nicolás Maquiavelo o Simón Bolívar. Y para contribuir con la industria, he comprado en librerías físicas obras de algunos autores como David Jiménez, Xavier Aldekoa, Ana Iris Simón o Pedro Simón.
Lo bonito de los libros es que te hacen imaginar cómo es físicamente lo que lees. Te describen parajes, te muestran personajes sin pintar un trazo e incluso te hacen sentir frío o calor según como las palabras definan el clima. De los apellidados Simón -que creo que no son parientes cercanos – me ha gustado mucho la cotidianidad de las historias que cuentan en cada una de sus páginas. Las costumbres que todos vivimos de niños y que siempre nos traen a la mente y al alma retazos de felicidad. Porque los niños casi siempre sonríen, sin importar su lugar de nacimiento. De hecho, sonríen más los que menos tienen. Felicidad llena de verdad y carente de fachadas, caretas o filtros digitales.
Muchas marcas buscan impactar, llamar la atención, ser virales… Viral viene de virus y están buscando eso, ser como un virus. ¡Qué paradoja! La contradicción intrínseca del marketing carente de felicidad y asociado a la mentira que convive con la máscara que esconde algo.
Cuando nos sentamos a pensar cuáles son los mejores momentos de nuestra vida, estos siempre están apegados a lo cotidiano, a la sonrisa, al cariño, al afecto y, en definitiva, al amor. Pero no a un amor romántico sino a aquel amor que da la vida por el otro. Unas vivencias con la familia, un viaje con unos amigos, un rato en silencio admirando la belleza, una conversación mirando a los ojos y anclando tu alma a la de otra persona…
¿Por qué las marcas no buscan la felicidad en sus comunicaciones? La transparencia, la naturalidad y la normalidad son atrayentes pero siempre tenemos el afán de convertirnos en el otro, de imitar o de obtener mejores resultados que la competencia.
En el día a día, las empresas trabajan el marketing vestido de comunicación. Unos mensajes que a menudo no llegan porque no interesan a nadie, mientras se echa la culpa de ello a la saturación en redes sociales o, peor aún, al mensajero. El copiar y pegar campa a sus anchas en la prensa con el mensaje de dar servicio a los lectores pero con el propósito de conseguir más clics que la semana pasada.
Pocas son las marcas que apuestan por contenido único, que deje huella y no quiera ser viral en origen; un contenido que sirva a alguien y no solamente tenga la pretensión de ser incluido en un gráfico ascendente en el próximo informe de datos y estadísticas que alguien realizará y nadie leerá.
¿Cómo hacer un storytelling para la web de una empresa?
Desde hace años hemos oído hablar sobre el storytelling, un término con empaque que se define como el hecho de contar una historia para humanizar una marca. Hay buenos ejemplos de ello. Vender un producto envolviéndolo dentro de una historia personal es más efectivo que cualquier marketing llamativo sin esencia, sin vida y sin alma.
Narrar una historia vital que ayude a una empresa a humanizar su marca y convertirla en un buen lugar para trabajar es la mejor manera de captar talento y optimizar la reputación corporativa o institucional. Ello también se aplica a marcas personales. Una buena estrategia de contenido de lo que los anglosajones llaman employer branding garantiza el éxito en cualquier canal de comunicación. El blog corporativo es un buen espacio para compartir este contenido de manera rutinaria e íntima relación con una estrategia SEO para posicionar palabras clave vinculadas a los territorios de marca.
Es más cómodo leer una historia personal que un informe de datos. Impacta más una galería de fotos con rostros de personas que unas creatividades preparadas por cualquier diseñador. Haga usted la prueba y visite cualquier red social. En la mayoría de casos genera un mayor sentimiento de pertenencia o nivel de compromiso -también denominado engagement– el rostro de una persona que una imagen inerte.
Ibai Llanos, la marca personal que es felicidad
En julio de 2023, Ibai Llanos celebró La Velada del Año 3, un gran evento en el Civitas Metropolitano, el estadio del Atlético de Madrid. Allí congregó a miles de personas y paralelamente aglutinó a más de tres millones de usuarios de todo el planeta en su canal de Twitch. Yo incluido.
Ibai no tiene afán de ser otra persona. Es normal y natural. Por eso capta la atención de millones de personas, de marcas, de personajes famosos y de estrellas mundiales. Sirvan de ejemplo las entrevistas que hizo en streaming en directo en la gala de entrega del Balón de Oro en París en octubre de 2023.
Él cada día muestra su felicidad en la normalidad de su rutina, sin impostar, sin falsificar, presentando una actitud que es verdad. Porque no tiene nada que perder. En nuestra sociedad y en nuestra vida coincidimos con personas que tienen mucho que perder y se mueven intentando no dar pasos en falso en una apariencia que en sí misma es falsa. Así progresan y sobreviven, a costa de otros, invadidos por la vanagloria y el filtro analógico.
Hoy la mayoría de marcas viven con ansiedad en busca del éxito siguiendo los patrones y el comportamiento de un virus. La clave está en ser uno mismo, en mostrar con transparencia lo que hace la empresa. Calmemos la vida. Nadie está esperando nuestra próxima publicación en LinkedIn o Twitter. Sólo están esperando ver y leer nuestra verdad.